Página 5 el lobo de wall street

           

 Con El lobo de Wall Street, Scorsese también vuelve a su casa. Ha resultado una película bendecida por Hollywood, como en los viejos tiempos. Ayer mismo se hacía con cinco nominaciones a los Oscar: mejor película, mejor director (Martin Scorsese), mejor actor principal (Leonardo DiCaprio), mejor actor de reparto (Jonah Hill) y mejor guión adaptado (Terence Winter). Y para seguir con las comparaciones, El lobo de Wall Street también habla, a su manera, con su tono jocoso, de pecado y redención, como hacían Toro salvaje o Uno de los nuestros; pecado y redención que Scorsese aprendió en aquellas Vidas de Santos que leía de pequeño, cuando, antes que cineasta, soñaba con ser sacerdote.


Les habrán dicho que El lobo de Wall Street cuenta la historia de Jordan Belfort, un tipo que supo sacar partido al desgobierno de la economía en los noventa, y así es. Pero también es otra cosa: comparada con otros títulos sobre la crisis (Inside Job o Margin call sin ir más lejos) El lobo... de Scorsese resulta más bien superficial, casi banal. La economía no pasa de ser una gran e inacabable fiesta: Belfort y sus colegas están ahí para divertirse: ¡rock'n'roll! como el que suena en la (excelente) banda sonora.
Uno diría que el asunto central de este filme es el dinero como una droga y también el exceso con las drogas. O mejor, tan sólo el exceso. El lobo de Wall Street es anfetamínica. Con una primera parte euforizante: la ascensión del tal Belfort, al que vemos cambiar/metamorfosear ante nuestros ojos. Un tipejo interpretado con genio por parte de Leonardo DiCaprio, rodeado de un maravilloso elenco. Matthew McConaughey, sale un momento, pero ¡qué momento! Y el también candidato a Oscar Jonah Hill, a la altura de DiCaprio.

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